Las ciudades castellanas que carecen del apellido Patrimonio de la Humanidad son unas grandes olvidadas, muchas veces denostadas hasta el nivel de resultar un mero lugar de paso, para comer o cenar. Albacete es una de estas provincias, y ciudad de la que sólo se conocen las navajas y las tapas, pero basta con salir un poco de la autopista para toparse con lugares realmente asombrosos: tanto pueblos, como rincones naturales.
El primer lugar que no deberíamos dejar de visitar es la villa de Chinchilla de Monte-Aragón, tierra natal de Constantino Romero que, encaramada en lo alto de la colina, vigila el llano desde tiempos romanos, cuando por aquí transitaban las caravanas que seguían la Vía Augusta en su camino entre Cádiz y los Pirineos, para llegar hasta la capital del mundo conocido: Roma. Su fortaleza es testigo de toda la historia que tuvo lugar en estas tierras, con restos romanos, árabes, godos y cristianos entre sus muros. No es para menos, pues las vistas desde ahí arriba son muy buenas para el arte de la estrategia del mismo modo que para el de la fotografía.
La peculiar disposición de Chinchilla, en cuesta, hizo que la parte llana se empleara en los edificios más importantes, como son la plaza mayor, el ayuntamiento, la Iglesia Arciprestal de Santa María del Salvador, y palacios como el de López de Haro. Si nos fijamos bien, podemos ver indicios de la muralla que rodeaba antaño toda la villa, antes de su crecimiento en tiempos modernos. Son estos lugares como el arco bajo el ayuntamiento, antigua puerta de la muralla, que guarda una sorpresa tan singular como, en este caso, las llaves de la ciudad.
Plaza Mayor de Chinchilla de Montearagón
Puerta principal del castillo de Chinchilla
Recorriendo su laberinto de calles no tenemos que olvidarnos de mirar hacia arriba, hacia esos escudos sobre las puertas principales que indicaban a qué familia pertenecía la casa o palacio, y que, por supuesto, cuanto más grande era su representación, más poderosa era la familia.
A los pies del castillo, en la parte más abrupta, nos encontramos con viviendas excavadas dentro de la montaña, recordando a las casas cueva de Granada o de Arguedas. Blancas, con muchas flores, los nombres de sus propietarios seguro que nos sacan una sonrisa: cueva el Tío Jilito, cueva de la Pocha, topera de El Abuelo, cueva del Carlampio… Apodos y nombres de lo más curiosos para los habitantes de la antigua capital de la provincia, hasta que en 1833 la capitalía se traslada a la recién creada ciudad de Albacete, a apenas 15 kilómetros, donde no prima la posición estratégica, sino la facilidad para acceder a ella.
Cueva el tío Jilito
Alejándonos de Albacete ciudad unos cien kilómetros hacia el sur, encontramos uno de los enclaves naturales más bonitos de la provincia: el Parque Natural Calares del Mundo y de la Sima. Yeste es uno de los pueblos más interesantes de la zona, por su mezcla entre historia, patrimonio y naturaleza.
Destaca, sin duda, el castillo musulmán del siglo XII que también vigila el pueblo desde lo alto. Se puede subir hasta la torre del homenaje y visitar su interior, en el que encontraremos varios museos con la historia de Yeste, del castillo y de la vida rural en la zona, muy marcada por la frondosa sierra que lo rodea. Como no podía ser de otra forma, en una fortaleza como esta, que resistió a lo largo de 300 años los ataques musulmanes durante la Reconquista, las vistas son soberbias.
Hay una historia curiosa sobre este castillo: En tiempos cristianos, lo administraba la Orden de Santiago, la cual no se llevaba muy bien con los Franciscanos Descalzos, residentes del cercano convento de San Francisco (también en Yeste), por lo que había constantes disputas para conseguir la limosna de los fieles, embelesándolos como mejor podían para hacerse con ellas. Al final, ninguno de los dos resistió tantos conflictos y ambos desaparecieron de Yeste.
Otro lugar destacable de la villa, a parte de su entramado de estrechas calles, en los que hallamos rincones muy peculiares, es la Iglesia de la Asunción, actualmente en restauración. La iglesia es sencilla, pero consta de dos naves, al haber sido ampliada en el siglo XVI, así como de unos retablos y unas catacumbas que bien merecen una visita.
Castillo de Yeste
Muy cerca de Yeste está el lugar que más me sorprendió de Albacete, y que no es otro que el nacimiento del Mundo, del río Mundo. Un lugar sin igual cerca del pueblo de Riopar al que acceder cruzando el Embalse de la Fuensanta, 780 hectáreas de agua turquesa ideales para practicar deportes como el piragüismo de aguas tranquilas o navegar en velero, o simplemente disfrutar del entorno natural en los días más soleados.
Piragüismo en el embalse de Fuensanta
Unos cuantos kilómetros después llegamos al parking del nacimiento del río Mundo, y se nota el cambio del paisaje. De las montañas cubiertas de pinos, pasamos a ver otras especies, como encinas, sauces, fresnos, y así hasta 35 especies endémicas de la zona, que se refugiaron en esta zona de las glaciaciones. El camino de tierra nos conduce rápidamente hasta el río Mundo, salpicado por pequeños saltos, llegando pocos metros después a los pies de una de las cascadas principales, desde la que ya se divisa el verdadero nacimiento, 300 metros sobre nuestras cabezas.
El sendero se estrecha y asciende rápidamente por la ladera de la colina, hasta situarnos en frente del mismísimo nacimiento del río Mundo, cuyo nombre no tiene nada que ver con el sustantivo que se refiere a nuestro planeta (en latín, mundus), sino con sus aguas limpias, claras, procedentes del adjetivo latino mundo, contrario de inmundo. El agua fluye sin cesar de la cueva, que dicen se adentra más de 30 kilómetros en la montaña, y cuya visita es posible con el equipo adecuado. La mejor época para maravillarse con estas cascadas es en primavera, cuando la acumulación de agua y la singularidad del terreno kárstico crea, cómo no, un extraño fenómeno denominado “reventón”, siendo el momento en que más agua se ve salir de la cueva para precipitarse al vacío. Un lugar único, debido al río y al entorno de tan peculiar nacimiento, en forma de circo romano.
Río Mundo
Nacimiento del Río Mundo
Admirados los tesoros naturales del Parque Natural Calares del Mundo y de la Sima, volvemos cerca de Albacete. Atrás quedan las saltarinas aguas del río Mundo, para dar paso a las lagunas saladas de Pétrola, donde las tranquilas aguas son un excelente lugar para la vida de numerosas aves acuáticas, como flamencos, patos colorados, garzas reales, etc. Podemos observarlas desde alguno de los miradores instalados, o incluso desde la carretera, que pasa a escasos metros de una de las lagunas.
En primavera es cuando más fauna encontraremos en la zona, y los atardeceres desde aquí son simplemente espectaculares.
Flamencos en la laguna de Pétrola
Para terminar este recorrido por la provincia de Albacete, nada mejor que ir hasta la propia Albacete: ciudad moderna, sin apenas casco histórico como el que estamos acostumbrado a ver en villas milenarias. No obstante, hay unos cuantos lugares muy interesantes para visitar. Siguiendo con el recorrido natural, el Jardín Botánico de Castilla la Mancha es un buen escaparate de toda la flora y vegetación que podemos encontrar en la comunidad autónoma. Dividido en 4 grandes áreas con 30 micromundos, sus 8 hectáreas dan cabida a 200 especies endémicas de Albacete y en sus invernaderos hay curiosidades tan vistosas como plantas carnívoras, helechos que se creían extintos y cuya especie se remonta a hace más de 200.000 años, o recreaciones de otros ecosistemas como el desértico o tropical. La entrada es gratuita, y para disfrutarlo en toda su magnitud es aconsejable hacer una visita guiada, para ver la importancia de las especies que aquí se mantienen.
Jardín botánico de Castilla la Mancha, jungla
El gran parque del centro de Albacete, el de Abelardo Sánchez, además de ser el pulmón de la ciudad y lugar de esparcimiento de sus habitantes bajo la fresca sombra de sus altos árboles, atesora en su interior el Museo Arqueológico Provincial. Dicho museo expone piezas tan peculiares como las muñecas de Ontur (juguetes romanos encontrados en la tumba de una niña), detalladas esculturas íberas, mosaicos y monedas romanas, así como muchas otras piezas de la Antigüedad encontradas en la provincia. La parte más moderna del museo contiene una exposición del artista local Benjamín Palencia, así como otras obras de arte contemporáneo.
Museo de la provincia de Albacete
Monumento al cuchillero
Descubrir Albacete es muy sencillo. Desde el parque Abelardo Sánchez seguimos la calle Ancha (Calle de Tesifonte Gallego), y la gran cantidad de palacios y edificios altamente ornamentados (clara señal de que nos encontramos en el centro). Hay lugares únicos, como el modernista Pasaje de Lodares, una galería comercial que recuerda a las que tanto abundan en París, pero no en España, con sólo tres además de ésta (aquí encontraremos una de las tiendas de navajas más típicas); la céntrica plaza del Altozano, donde se emplazaron el antiguo ayuntamiento y el mítico monumento al cuchillero, señal inequívoca de Albacete; o la plaza de la catedral, con el consabido templo, el llamativo museo del cuchillo y el nuevo ayuntamiento.
Seguro que en este breve recorrido por el centro de la ciudad no se nos pasa por alto el gentío de la calle Concepción y la calle Mayor, epicentro del taperío y parada inevitable del viajero a cualquier hora del día, tanto para llenar el estómago como para disfrutar de los platos típicos locales, por ejemplo el atascaburras, el ajo matero, la perdiz, la olla de aldea (ideal en invierno!), la berenjena y calabacín con miel… En cuanto a bebidas: multitud de cervezas artesanas como La Nena.
Pasaje de Lodares